jueves, 12 de enero de 2012

Africanía e identidad en Santo Domingo

Coloquio Internacional: Africanía en el Caribe.


Carlos Andújar Persinal

La visión que sobre nosotros mismos tenemos, desde diferentes ópticas del pensamiento y del quehacer cotidiano, se convierte en un interesante ejercicio de lealtades, fantasmas, peripecias, incomprensiones, falsedades, reafrmaciones y excesos.

Desde distintas visiones ya muchos pensadores nos han interpretado, descargando desconfianza, temores, dudas y pesimismo acerca de nuestras posibilidades como nación y de la viabilidad de un proyecto nacional. Tenemos los casos de José Ramón López, Américo Lugo, Manuel Arturo Peña Batlle, Joaquín Balaguer, por solo citar algunos de los más destacados.

Sus obras fueron un esfuerzo de desciframiento de nuestro ser nacional y de nuestra constitución y perfil cultural.

Con el período de Trujillo esta visión de desconfianza y a veces elitista de lo dominicano, como categoría socio-histórica y cultural, encontró base de reproducción multiplicándose de forma asombrosa.

Estos laberintos del pensamiento social dominicano, encontraron un escenario en el imaginario popular que traspasó, su otro yo (el negro), al baúl de los recuerdos.
Guardado el negro en la memoria social, nos hemos representado a través del blanco y del indio.

Por eso en nuestro país todo lo negro es haitiano y lo africano es un referente lejano, y por si fuera poco, el Caribe se nos reduce casi siempre a Cuba y Puerto Rico.

Si bien es cierto que en nuestro país no hay institucionalmente hablando discriminación racial, sí existe sutilmente o soterrada. El concepto de buena presencia como slogan principal en los clasificados de solicitud de empleos, denota una vara de medición que insinúa una exclusión de antemano, porque debemos partir del hecho, que cuando se busca empleo, todos salimos para impresionar. La aclaración no es necesaria, al menos que no trasmita un meta-mensaje, que se registra en el inconsciente.

Todo ello deja un manto de huida ante la percepción que nosotros mismos tenemos acerca de lo que somos.

El refranero popular es fuente rica de ilustración de ese conflicto de percepción. “El negro si no lo hace a la entrada la hace a la salida”, “Él es negro pero inteligente”, “Él es negro pero simpático”, “Él es negro, pero con alma de blanco”. Quiérase o no a fuerza de repetición, como decía el jefe de la propaganda hitleriana, la mentira se convierte en verdad.

Esa representación que tenemos de nosotros nos lleva a seleccionar, al momento de hacer pareja de matrimonio, las personas de color blanco, para “refinar la raza”. Por tanto, no es solo una simple representación del inconsciente, sino que pasa a formar parte de nuestro estilo de vida y condiciona nuestros valores y actitudes.


La ética publicitaria y su dilema

En la publicidad se hace muy evidente un manejo irreal del dominicano(a). La familia está concebida como la ideal: monogámica, nuclear, cristiana y en muchos casos blanca. Salvo raras excepciones, como es la serie presentada por una casa licorera sobre un aspecto destacable de la cultura de nuestros pueblos, campaña publicitaria que impactó, vendió y asumió una representación del dominicano tal cual es.

Se argumentan razones de distintas procedencias como por ejemplo el hecho de que la promoción de un producto no debe apoyarse en los valores negativos, como sería presentar un concepto de familia matrifocal, en la que esté ausente el padre, o que el negro sea el dueño de la empresa o de un Banco y quien le sirve como subalterno sea un blanco, en tales casos se rompería con la norma.

Claro que esta manipulación de la realidad también se presenta en otros países latinoamericanos, siendo el factor de discriminación y distorsión otros elementos, verbi gracia, el indio.

Además, se arguye que la publicidad le interesa vender el producto no polemizar; pero, es oportuno recordar que la publicidad parte de un marco social determinado donde se promueven valores, donde existe una ideología equis, por tanto, la publicidad es una de la que con mayor fuerza presiona y presenta una imagen predeterminada del dominicano(a).

Hay una ideología que condiciona a pensarnos como el otro quiere, hay una imagen social que se vende como nuestra, hay un conflicto de asunción y de reconocimiento interior y social y todo ello contribuye a trastocar nuestra imagen y nuestra representación.


Resituar nuestra imagen y nuestra representación como reto

A pesar de todo lo anterior se hacen esfuerzos de replantear, desde diferentes sectores de la sociedad dominicana nuestra propia percepción, transparentando nuestro interior, dejando salir los obstáculos que nos limitan en el proceso hacia el encuentro con nosotros mismos.

Por su parte, los ensayos aparecidos en los libros de Hugo Tolentino Dipp Raza e historia en Santo Domingo, El indio, el negro y el blanco y el prejuicio racial dominicano de Carlos Esteban Deives y más recientemente el de Dagoberto Tejada acerca de la cultura popular e identidad nacional, el libro de la Dra. Josefina Zaiter acerca del perfil psicológico de la identidad dominicana, los escritos del psiquiatra Fernando Sánchez Martínez en entorno  a la psicología social del dominicano, todos ellos precedidos del famoso ensayo del Dr. Antonio Zaglul: Apuntes, en todos estos casos se inició una visión distinta de interpretación del dominicano y de la manera en que se va construyendo nuestra imagen ante los demás.

Carlos Larrazabal Blanco, Carlos Esteban Deives, Fradique Lizardo, June Rosenberg y de otros importantes autores,  acerca de los estudios y los aportes negros a la cultura nacional, contribuyen a esclarecer el camino en cuanto a la importancia de los componentes negros en muchas cosas de la cotidianidad del pueblo que se hacen sin pensar en su procedencia.
Toque de palo de muerto en Villa Mella
Además, es bueno destacar que nuestra sociedad caribeña como las demás de la región, está cargada de un simbolismo mimético negroide: el contorneo del cuerpo, sobre todo en nuestras mujeres, el uso de prendas de vestir con colores encendidos, colores de las viviendas populares igualmente encendidos, adornos como el pañuelo atados en las cabezas de nuestras mujeres, todos los cuales dejan  sus huellas negroides.

Por igual existe: la comida, los gestos, las formas de bailar y hasta la manera de caminar, nos refieren a un mundo lejano: Africa, pero reciclada en este espacio del mundo que es el Caribe, en el cual cada sociedad se apropió lo que de Africa le resultaba más práctico y conveniente para resistir a la ignominiosa explotación colonial.

Imagen y representación se acompañan en el camino, la imagen matizada por la fuerza del símbolo y la representación marcada por el discurso de la palabra. A pesar de la fuerza de la imagen que nos sugiere un vinculo estrecho con una tradición negroide, la codificación de la misma de parte del imaginario popular no siempre responde a sus significados, lo cual no deja ser un problema.

Educación: imagen y representación en los libros de textos
En cuanto a los libros de textos, en estos últimos años se hace un esfuerzo por reorientar la imagen que del dominicano(a) suele aparecer, esto como resultado de la Reforma curricular iniciada por el Gobierno Dominicano con el apoyo del PNUD.

En ese tenor, se hace hoy mayor hincapié en la calidad de la foto, no sólo preservando lo visual sino el contenido que las mismas transmiten, así como los contenidos mismos, procurando un acercamiento con nuestras raíces culturales y nuestro verdadero pasado histórico.

Por eso, es menos probable encontrar en los nuevos libros de texto niños y niñas blanquitos en detrimento de mulatos y mulatas o negros y negras; el equilibrio se hace evidente, cambiando el tratamiento anterior que daban los libros de texto a lo dominicano(a) como composición étnico-racial.

En algunos casos se ha hecho evidente esa distorsión de la imagen nuestra como suele pasar frecuentemente con Salomé Ureña de Henríquez, que ha sido presentada de múltiples aspectos físicos que van desde mulata hasta blanca, siendo realmente mulata.

Así se presenta también a los descendientes de los taínos, que en sus esculturas en las plazas públicas, tienen más bien un perfil grecolatino, más que la tipología de los grupos étnicos del amazonas y la cuenca del río Orinoco, lugar de procedencia de los aborígenes que habitaban la isla a la llegada de los españoles.

En este caso, prima, amén de una melancolía por lo que quisimos ser, un rechazo a todo lo que nos reafirma como pueblo caribeño.

Arte e imagen de lo dominicano(a)

Así mismo, el artista nuestro, nos representa en el manejo de los colores, en los temas o estampas nacionales y los rostros. Jorge Severino por citar uno entre muchos, es un exquisito reproductor de la imagen de la mujer nuestra; al menos la negra, destacando toda la belleza de los labios, pelo, pechos, elegantes vestidos y porte señorial.

Guillo Pérez no se aleja de los temas más rurales como son el gallo y la carreta de caña. Cándido Bidó usa con destreza el azul y el amarillo, extensivo del trópico que lo inspira.

El cubismo de Cuquito Peña, rompe el referente europeo para atravesar en el mundo cultural nuestro con rostros, colores y temáticas que lo hacen más nuestro que una obra de artesanía pura.

Pero, igual representación de lo nuestro tienen los sembradores de Dionisio Blanco o la fuerza mística de las pinturas de Polengard que se adentra al imaginario sagrado popular con una gracia y dominio temático, que nos traslada a sus escenarios de inspiración como un sueño mágico. Para mayor información los refiero al artículo del crítico de arte Manuel Nuñez: Imágenes de lo dominicano en las plásticas. Aparecido en el Organo Informativo del Museo de Arte Moderno. Año 2. Número 2. 27 de febrero de 1999.

Con todo ello, imagen y representación presentan un divorcio entre el dominicano(a) ideal, soñado y representado en un discurso ideológico excluyente y selectivo y el dominicano(a) que se construye sabiéndose caribeño, multiétnico, en una palabra el dominicano(a) real, el de la cotidianidad.

A manera de conclusión

La imagen del dominicano(a)  se debate entre  lo que somos por efecto de la historia y la cultura y cómo nos pensamos como consecuencia de la distorsión  que produce la construcción ideológica. En ese dilema nos debatimos.

La imagen que sobre nosotros tenemos nos lleva a situaciones tan insólitas como las que experimenté con una joven dominicana muy humilde y mulata, casada con un italiano, cuyas familias al conocerla siempre le hacían referencia a que estaba nuestra isla en el Caribe y nos confundían con frecuencia con Haití, cosa que molestaba sobre manera a la chica dominicana, hasta que en un viaje a nuestro país con la familia del esposo, se ocupó de pasearlo por Naco y otros lugares de asentamiento mayoritariamente blanco, de forma que sus anfitriones en Italia, vieran que no solo somos negros...

Cosa que le preocupaba tanto que llegó a girarme una visita de consulta al Instituto Dominicano de Investigaciones Antropológicos INDIA de la UASD, con fines a satisfacer algunas inquietudes sobre el tema étnico y racial que tanto le preocupaba a aquella mujer dominicana.


Todo su esfuerzo con aquella nueva familia italiana, era que ellos no nos vieran como un pueblo negro.

Peor aún, estamos tan lejos de lo que somos que llegamos a descubrirnos como mulatas o mulatos, o bien negros y negras, cuando salimos al exterior, donde los grupos raciales presentan  cierta uniformidad visual, y en donde en la clasificación nos colocan del lado de los grupos de color negros o con el apelativo de latinos (EUA), que agrupa a distintos pueblos latinoamericanos con el denominador común de la discriminación racial.

©Carlos Andújar Persinal
Febrero 2-4 del 2000


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