El
autoritarismo como cultura. Carlos Andújar Persinal
Con frecuencia se dice que nuestra sociedad
tiene una cultura autoritaria y de
inmediato pensamos que esto es algo inherente culturalmente a nosotros. Estas
manifestaciones de autoritarismo no sólo están presentes en la sociedad política, sino que también se
manifiesta en la sociedad civil y
otros estamentos menos formales como la familia y hasta en las relaciones entre
amigos.
No somos un pueblo autoritario por que es
parte de un legado cultural y por tanto somos así como resultado de esos
factores culturales. No, yo pienso que esta es una sociedad autoritaria porque
ha tenido una clase política, un discurso, una prácticas e instituciones
autoritarias y gran parte de su construcción histórico-política, desde su vida
colonial hasta la republicana, está matizada por unas relaciones de fuerza, de
gobiernos totalitarios y, sobre todo, de un predominio del presidencialismo que marca con desigual relación dominados y
dominantes.
Sin desaliento se observa que una revisión de
algunos hechos históricos es el resultado del triunfo de la traición, la
delación, el acomodo y el oportunismo político, la iniquidad, la deslealtad y
la sumisión al poder, y de aquellos, que aún poseedores del don del intelecto,
se han plegado al mismo.
Como resultado de esto, se va imponiendo por
impotencia, en la mayoría de las instancias sociales y de las personas mismas,
un manejo particular de las instituciones, convirtiéndose de inmediato las
mismas en una propiedad nuestra, vestigio de la vieja sociedad caudillista, que
aún subsiste en esta sociedad moderna. Como si fuera poco, la sociedad tampoco
ha encontrado formas de sanción, más bien se premian los desafueros y los
agravios.
Con el tiempo este comportamiento va
perfilando el concepto de “éxito” individual y de grupo y se va conformando
como estilo en las relaciones de los hombres y las mujeres y de estos con las
instituciones en las que participan, siendo los gobiernos el principal
arquetipo de las inconductas sociales.
Ahora bien, de lo que se trata es de connotar
que el autoritarismo es una “cultura
política”. Eso es cierto, hasta que, como consecuencia de la implantación
de la institucionalidad democrática y el implemento de reformas
constitucionales como el referente al artículo 55 de la Carta Magna, entre otros,
que produzca una reducción del poder y la influencia presidencial en las
decisiones de la sociedad, podamos asestar un duro golpe a este estilo de hacer
política y de participar en la vida democrática, y modificar, por tanto, este
patrón cultural negativo.
Aunque criticamos el autoritarismo, desde que
tenemos la oportunidad de negarlo, nos olvidamos, y nos distanciamos poco de
éste. Igualmente sucede con el exagerado peso del presidencialismo que marca
nuestra vida política y social, sin embargo, desde que se hace presente la
ocasión, aspiramos a ser presidente
hasta de una Asociación de Amigos de los Extraterrestres... y somos capaces de
hundir el mundo si nos quieren quitar esta oportunidad.
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