martes, 25 de noviembre de 2014

El autoritarismo como cultura. Carlos Andújar Persinal

Con frecuencia se dice que nuestra sociedad tiene una cultura autoritaria y de inmediato pensamos que esto es algo inherente culturalmente a nosotros. Estas manifestaciones de autoritarismo no sólo están presentes en la sociedad política, sino que también se manifiesta en la sociedad civil y otros estamentos menos formales como la familia y hasta en las relaciones entre amigos.

No somos un pueblo autoritario por que es parte de un legado cultural y por tanto somos así como resultado de esos factores culturales. No, yo pienso que esta es una sociedad autoritaria porque ha tenido una clase política, un discurso, una prácticas e instituciones autoritarias y gran parte de su construcción histórico-política, desde su vida colonial hasta la republicana, está matizada por unas relaciones de fuerza, de gobiernos totalitarios y, sobre todo, de un predominio del presidencialismo que marca con desigual relación dominados y dominantes.




Sin desaliento se observa que una revisión de algunos hechos históricos es el resultado del triunfo de la traición, la delación, el acomodo y el oportunismo político, la iniquidad, la deslealtad y la sumisión al poder, y de aquellos, que aún poseedores del don del intelecto, se han plegado al mismo.

Como resultado de esto, se va imponiendo por impotencia, en la mayoría de las instancias sociales y de las personas mismas, un manejo particular de las instituciones, convirtiéndose de inmediato las mismas en una propiedad nuestra, vestigio de la vieja sociedad caudillista, que aún subsiste en esta sociedad moderna. Como si fuera poco, la sociedad tampoco ha encontrado formas de sanción, más bien se premian los desafueros y los agravios.

Con el tiempo este comportamiento va perfilando el concepto de “éxito” individual y de grupo y se va conformando como estilo en las relaciones de los hombres y las mujeres y de estos con las instituciones en las que participan, siendo los gobiernos el principal arquetipo de las inconductas sociales.

Ahora bien, de lo que se trata es de connotar que el autoritarismo es una “cultura política”. Eso es cierto, hasta que, como consecuencia de la implantación de la institucionalidad democrática y el implemento de reformas constitucionales como el referente al artículo 55 de la Carta Magna, entre otros, que produzca una reducción del poder y la influencia presidencial en las decisiones de la sociedad, podamos asestar un duro golpe a este estilo de hacer política y de participar en la vida democrática, y modificar, por tanto, este patrón cultural negativo.

Aunque criticamos el autoritarismo, desde que tenemos la oportunidad de negarlo, nos olvidamos, y nos distanciamos poco de éste. Igualmente sucede con el exagerado peso del presidencialismo que marca nuestra vida política y social, sin embargo, desde que se hace presente la ocasión, aspiramos a ser presidente hasta de una Asociación de Amigos de los Extraterrestres... y somos capaces de hundir el mundo si nos quieren quitar esta oportunidad.








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