Carlos Andújar Persinal
Página editorial periódico El Caribe
sábado 15 de julio de 2000
El tema de los bloques de integración
regionales es materia de discusión y de agenda de los principales gobiernos del
mundo y el Caribe no escapa a ello.
Es incuestionable el valor que tiene para la
economía de nuestros países la creación y/o participación en un bloque regional
que unifique nuestras economías, mercados, precios para que de esa manera
podamos colocarnos en mejores condiciones de negociación con las grandes
economías mundiales, sobre todo, la norteamericana.
En el caso dominicano, yo pienso que debemos
partir, de lo particular a lo general, es decir, de Haití que es lo más cerca
que tenemos, para luego seguir con otras islas caribeñas, que nos resulten más
beneficiosas. No podemos saltar a un bloque regional global, que por ambicioso,
dificulte los éxitos parciales, graduales, pequeños, hasta lograr beneficios
más sustanciales.
Sin embargo, hasta un tema que podría
resultar de interés para las fuerzas
productivas dominicanas como es la penetración, por parte de nuestros
empresarios y hombres y mujeres de negocios, al mercado haitiano, vemos como se
diluye en la incapacidad de este sector productivo en ganarse esa plaza
comercial, profundamente deprimida por las razones internas de todos conocidas.
Pero yo creo que al mismo tiempo de ser una
falta de visión de los inversionistas nacionales, queda un rastro de
prejuicimiento, no solo en los empresarios privados, sino también, desde la
gestión del Estado dominicano, que no ve con beneplácito entrar en acuerdos
comerciales claros con el gobierno haitiano.
Posiblemente, pese tanto más el tema del
prejuicio contra Haití, que las ventajas que podríamos obtener con dichas
iniciativas comerciales. Pero, es lógico que pensemos primero, ante cualquier
proceso de integración o creación de bloques regionales, comenzar por lo que
tenemos más cerca.
Es cierto que la economía haitiana no tiene
la fuerza que podría pensarse, debe tener una economía con la cual podríamos
iniciar negociaciones de este tipo. Sin embargo, lo positivo, en el caso
haitiano, es la virginidad de su mercado, es aún cautivo para ser grandemente
explotado.
Por eso pienso que pesa mucho el discurso de
diferenciación que ha marcado las relaciones entre ambos países. Porque nadie
cuestiona lo poco que Haití podría transferirnos en términos de mercancías,
pero tampoco nadie cuestiona los beneficios que podría generar su mercado
desvalido, ausente de todo tipo de bien de consumo, que puede ser suplido por
la producción nacional.
En las políticas de integración y creación de
bloques comerciales, también se puede aprovechar las oportunidades que brindan
en esas economías, aquellas a las que se pueda suplir para bien de la economía
nacional.
Se podría pensar que la integración con el
bloque regional caribeño completo es más ventajosa para la economía nacional.
Pero esto presenta ciertos escollos: el nivel de competitividad es más
exigente, los beneficios marginales son a más largo plazo, podríamos ser
penetrados por otros mercados; todo ello no es malo, pero exige un mayor nivel
de templeza y disciplina de la economía dominicana, que no tenemos en estos
momentos.
Pero, tampoco es fácil desarrollar una
política de integración en la región caribeña, obviando los problemas de
percepción que persiste todavía entre sus pobladores y principales hombres y
mujeres de negocios y de Estado.
Estos problemas de percepción tienen que ver
con las dificultades de unificar una identidad caribeña al margen de los
procesos sociales, históricos y políticos. Sin olvidar que aún estamos marcados
por esas fragmentaciones de nuestro pasado colonial, que ha divido el Caribe en
una región anglófona, francófona e hispanohablante.
Sin un conocimiento de la realidad histórica,
cultural y social de cada uno de los países que formarían parte de ese bloque
regional, los alcances de esa integración serán parciales. Los pueblos deben
tener un mínimo de conocimiento acerca de sus realidades
Como consecuencia de estas verdades, hemos
insistido en la necesidad de agendar el intercambio cultural como parte de las
prioridades de los bloques de integración regional.
Las características de los bloques
regionales, no presenta una simple y fría necesidad comercial, también se dan
otros factores de mancomunidad y similitudes, que pueden hacer más fácil el
impulso de la propuesta integracionista.
Por tales motivos, inicié estos comentarios,
haciendo referencia a la familiaridad y vecindad con Haití. Debemos fortalecer,
en el plano del intercambio pues, el mercado más cercano, acercarnos a su
historia, su cultural. Es innegable que este esfuerzo fortalecería los planos
del intercambio comercial y de gobierno a gobierno, además, entre los pueblos
protagonistas del hecho comercial.
En una etapa posterior, o al mismo tiempo,
debemos fortalecer los vínculos desde la misma visión, con las demás islas
caribeñas, siempre con la idea de que además de lo comercial, debemos acercar a
nuestros pueblos, alejados por razones históricas.
Es lamentable que los gobiernos caribeños se
preocupen poco por tomar iniciativas a los fines de romper los localismos
isleños, que se convierten en los más cerrados de todos. Pero esta tarea no es
solo de los gobiernos, lo es por igual de los intelectuales, las universidades,
los grupos culturales.
El Caribe, que tiene razones suficientes para
convertirse en una síntesis cultural del mundo, por tener en su seno grupos
étnicos de procedencia diferentes, no logra, contradictoriamente, superar su
aislamiento, por lo que se hace impostergable iniciar un nuevo milenio,
teniendo como meta el acercamiento cultural, como parte de una de las
prioridades de las discusiones de la integración económica regional.
El
tema de las identidades caribeñas podría ser materia de una nueva entrega, por
la madeja que se desprende del tratamiento detenido y meticuloso de sus
implicaciones, tanto como parte de las complejidades dentro de las políticas de
integraciòn, como en las relaciones mismas de estos pueblos.
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